Ser perfecto es una meta imposible, pero muchos viven persiguiéndola como si su valor dependiera de lograrla. Detrás de ese perfeccionismo, hay miedo. Miedo a no ser suficiente, a ser rechazado, a cometer errores y perder amor, reconocimiento o respeto. Esa búsqueda constante de hacer todo bien, de no fallar, de mantener una imagen impecable, te puede alejar de lo más importante: tu bienestar.
El precio silencioso de la exigencia constante
El perfeccionismo se disfraza de responsabilidad, de excelencia o de “simplemente así soy yo”. Pero en realidad, suele ser una respuesta aprendida al dolor. Tal vez creciste en un ambiente donde solo eras valorado cuando hacías las cosas bien. O donde equivocarse era motivo de vergüenza o castigo. Entonces aprendiste a exigirte más de lo necesario, a compararte, a no tolerar el error ni la pausa.
Con el tiempo, esa forma de vivir te agota. Porque aunque logres cumplir con todo, el vacío persiste. Porque nunca es suficiente. Porque ser perfecto todo el tiempo no te permite ser humano, ni disfrutar, ni soltar el control. Y así, la felicidad se vuelve algo lejano, condicionado a un ideal inalcanzable.
Ser feliz implica aceptar tu imperfección
Renunciar al perfeccionismo no es rendirse. Es comenzar a elegirte. Es permitirte fallar, aprender, descansar, equivocarte… y aun así sentirte digno de amor. Es abrazar tu humanidad con compasión, no con juicio. Pregúntate: ¿Qué parte de mí cree que no basta con ser quien soy? ¿Qué es lo peor que puede pasar si no cumplo con todo?
Ser feliz no es tener todo en orden. Es poder respirar sin presión. Es encontrar sentido en lo simple, disfrutar del proceso sin estar midiendo cada paso. Y sí, es también dejar espacio para el error, para el caos, para lo no planeado.
Si te cuesta soltar la exigencia y sientes que estás atrapado en la necesidad de hacer todo perfecto, agenda una hora con nosotros. Podemos ayudarte a reencontrarte con tu esencia, sin tanta carga.
Equipo Psiquiatras Online