Ser compasivo es una cualidad valiosa. Implica empatía, entrega y la capacidad de ver el dolor ajeno sin juzgar. Pero a veces, esa compasión se vuelve una vía de autoabandono. Cuando das sin medida, cuando justificas constantemente lo injustificable, cuando te quedas en vínculos que te desgastan “porque entiendes sus heridas”, la compasión deja de ser virtud… y empieza a doler.
El límite entre acompañar y desaparecerte
Muchas personas han aprendido que amar es aguantar. Que ser comprensivo implica callar, ceder, sostener al otro aunque te estés cayendo tú. Esa forma de amar —de cuidar— suele venir de una infancia donde tu rol era proteger o entender a los demás a costa de ti. Entonces, cuando creces, confundes el amor con el sacrificio.
La compasión mal entendida puede llevarte a aceptar abusos emocionales, a justificar comportamientos dañinos, o a quedarte en lugares donde ya no hay reciprocidad. Y lo peor: puedes empezar a sentirte culpable por querer protegerte.
Aprender a poner límites también es un acto de amor
Sanar este patrón implica entender que cuidar de ti no es ser egoísta. Que tu dolor también importa. Que puedes ser compasivo sin ponerte en segundo lugar. Pregúntate: ¿Estoy siendo compasivo o estoy evitando el conflicto? ¿Estoy acompañando o estoy abandonándome?
Poner límites no cancela tu empatía. La regula. Te permite estar presente sin desaparecer. Y eso también enseña a los demás a hacerse responsables de su propio proceso.
Si sientes que tu compasión te está costando tu salud emocional, tu energía o tu dignidad, agenda una hora con nosotros. Podemos ayudarte a sanar sin dejar de ser tú.
Equipo Psiquiatras Online